Daniel Gil, el primer surfer argentino

Daniel Gil, el primer surfer argentino
Artículo ganador del segundo puesto del Concurso Periodístico 2010 “Historias mínimas” del Instituto Superior DeporTEA.

“El surf para mí dejó de ser un deporte para convertirse en un estilo de vida y transformarse en un camino hacia la purificación de mente, cuerpo y espíritu. Dos horas de surf bien hechas son quince días de vacaciones en una isla desierta”. De esta forma, Daniel Gil, el pionero del surf en la Argentina, resume qué significa el surf en su vida. Se lo ve sencillo y enérgico. Su forma de hablar se asemeja a la de un joven de 20 años, ¿quién iba a pensar que tiene 65? “Aquí estoy – dice sonriente – ¡y por muchos años más!”.

Hace 35 años que Daniel se radica en Mar del Plata. Es el director de la Academia Argentina de Surf, estamento del Club Atlético Huracán de Mar del Plata, y preside la comisión del “Kikiwai Surf Club”, que es una entidad de bien público y se encuentra al lado del mirador Waikiki. Además, él mismo construyó su casa allí. Es padre de nueve hijos, 7 mujeres y 2 varones, el más chico de 12 años, y todos “surfistas de primera línea”.

Daniel cuenta que toda su vida sintió una atracción hacia el mar. Él vivía en Buenos Aires, y soñaba todas las noches con venir a barrenar a Mar del Plata.

Nacido en el barrio de Recoleta, Capital Federal, Daniel comenta: “Conocí el surf de casualidad. Tenía 15 o 16 años, y estaba en Miami con mi padre (Daniel José Manuel Gil), quien era el vice presidente de Boca Juniors en esa época. Allí fue la primera vez que vi un surfshop. Cuando entré y vi las tablas, supe que eso iba a ser para mí para toda la vida”, expresa emocionado.

Daniel se muestra amable y sin problemas en contar su historia de vida. Continúa diciendo: “No pude traer ninguna tabla porque teníamos mucho equipaje. Pero cuando volví a la Argentina, no existía nada, me quería matar”.

“Probé suerte en Brasil… un día en la playa, vi pasar a un hombre con un longboard. Se lo quería comprar, pero me dijo que solo me lo iba a prestar, y que tenía que esperar mi turno. Así que esperé 25 días, y estuve solo un rato surfeando”.

“Hasta que mi papá me dijo que en Perú se iba a hacer el primer campeonato mundial de surf. Ni lo dudé, me fui para allá, y conocí al amigo del padre de una amiga, que resultó ser el presidente del Waikiki Surf Club. Fue muy amable conmigo: durante 20 días me llevaba al club y me traía de vuelta al hotel. Me compré tres tablas y volví…fue el 1º de mayo de 1963. El 3 de mayo (día del surfista) llegamos a Mar del Plata, con las tablas, y justo había una ola altísima… esa fue mi primera ola en la Argentina. Años después fundé la Academia Argentina de surf”.

“No fue fácil instalarme definitivamente en la ciudad. Peleé la tierra, me agarré con los delincuentes, porque acá habían hecho un asentamiento los que salían de Batán. Después, vino el que quería construir Waikiki (el mirador), y me quería sacar. Me mandó Infantería de Marina, policía, brigada. Se armó un gran lío y se llenó de gente. (Elio) Aprile, el intendente en ese momento, me mandó a su mano derecha, un abogado reconocido en la ciudad, para sacarme de acá. Pero vinieron los hermanos Weinbaum (los de MDQ, el programa de TV) y lo filmaron y mostraron el video en toda Latinoamérica. Al mes siguiente me nombraron ciudadano ilustre de Mar del Plata”.

Pero no todo fue color de rosas para este hombre. Tuvo una vida dura. Su padre era millonario, pero cuando murió, lo estafaron y perdió toda la fortuna. “Tenía 24 años y me dejaron en la calle, perdí todo”, explicó. “Mi mamá se quedó con mi abuela. Yo estuve un tiempo, pero después, fui a vivir 4 años al Monte Virgen Santiagueño, y estuve meditando y leyendo la Biblia, porque necesitaba encontrar un equilibrio en mi vida. Después volví y la conocí a mi segunda mujer, y tuvimos 7 hijos. Luego de 17 años me separé. Ahora, hace 14 años que estoy con María”.

“No solo me dediqué al surf en mi vida. Para poder seguir hice de todo: tuve barcos de pesca, la primera productora de TV a color de Mar del Plata, e hice varias exposiciones de cuadros”.

Además de practicar el surf como un deporte, lo adopta como un estilo de vida. Afirma que “todos los hombres de buena voluntad tienen a su disposición a sus Ángeles Protectores. Son seres que están ahí, esperando a que se los invoque”.

Un ejemplo de lo que significa el surf en la vida de Daniel es el nombre de uno de sus hijos, el más chico: se llama Surfiel, que quiere decir ‘rompiente divina’, o ‘la ola de Dios’. “Se me ocurrió este nombre porque todos los nombres terminados en -el significan “de Dios”, como por ejemplo: Emanuel, Ezequiel, Daniel ,etc., – comentó Daniel -. Tuve que escribirle al juez, explicarle quién soy y decirle que pienso que las olas tienen ángeles que se llaman surfiel’s, porque surf es rompiente, y -el, es de Dios, entonces es rompiente de Dios”.

Emocionado, cuenta que piensa que ahora los surfistas son “la tribu más grande del mundo”. Y explica: “La energía de la ola es increíble… por ejemplo, cuando salís del tubo, sentís una energía como si tuvieras varios caballos de fuerza. ¡Salís con un power!  ¡Temblás! Quedás enchufado todo el día, la noche, te dura días, hasta años. Es poderoso.”

En “Kikiwai Surf Club”, Daniel también les da clases a los chicos de los comedores cercanos. “Los convierto en surfistas, dándoles las clases y facilitándoles los elementos necesarios, y a cambio me tienen que traer su boletín con las materias aprobadas”, explica, demostrando la sencillez que lo caracteriza.

Culmina contando: “Dediqué mi vida a esto porque me encanta. Además, puedo afirmar que la vida de las personas cambia. Esto se debe a que el surfing brinda las herramientas necesarias para que se puedan convertir en lo que siempre quisieron ser”.

Daniel Gil dedicó toda su vida al surf. Luchó contra muchos para lograr instalarse en esta ciudad que él ama, y de donde piensa que no va a irse jamás, hizo una gran diversidad de actividades para llevar a cabo su sueño… pero además, es una persona muy espiritual, pacífica, y eso se nota en cada palabra que dice y en el lugar donde vive. Cuando uno entra allí, no puede hacer otra cosa más que respirar paz.